Se les exige que sean atrevidos, maliciosos, estrategas, pillos, jugadores. Si son sólo buenos, ya no sirve. Si se divierten y sonríen, tampoco. Si se llevan bien con todos y tienen una buena convivencia, menos. La idea es que sean fichas, la idea es que se fagociten. Allá atrás en el tiempo la receta que nunca fallaba indicaba: 1) pasar desapercibido, 2) ser querido por todos, 3) dar lástima, 4) no generar conflictos. Si se seguía esta fórmula al pie de la letra, la recta final parecía alcanzable.
De hecho los ganadores de las primeras ediciones respondieron a esta regla con creces y crearon un antecedente.
Pero al día de hoy la exigencia por parte de la producción, el público, y hasta los mismos familiares de los participantes incluye un respeto y apoyo por la mecánica fría del juego, del vale todo, del pisar cabezas y alcanzar la meta cueste lo que cueste.
En este sentido, desde el minuto cero, el televidente, explícitamente, y la producción, implícitamente, apoyaron el proceder poco "humanitario" de Cristian U. y por este mismo motivo también "dolió" su abandono, su flaqueo, su cambio de chip, su decisión de dejar de ser "jugador" para pasar a ser "persona".
 Por esta misma circunstancia también, la producción propuso y la público dispuso su reingreso, luego de que los motores se habían enfriado y habían vuelto a ser lo que eran.
Ellos alimentan la casa; inventan "gritos del afuera", utilizan Twitter metódicamente, elaboran estrategias, y hacen "bailar" a sus rivales internos.
Hoy todos se operan entre todos; desde afuera hacia adentro, y desde adentro hacia afuera. Las lágrimas y los abrazos quedaron fuera de pista, y se espera siempre la pelea seca, el insulto bien puesto, el clima asfixiante y la separación tajante.
Se apoya un jugador, se exige un juego, se pide que los sentimientos se dejen de lado y, porqué no, que se maten entre todos.
El Gran Hermano esta jugando fuerte, y con mentes débiles, puede ser peligroso.

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