En las primeras ediciones de GH, el slogan fue “la vida misma”. Ganaba el más sencillo, el “buenazo”, pero todo cambió en la cuarta edición, en donde la palabra “juego” se ganó todas las miradas. Sin embargo, en la actual, aunque se apostaba a lo contrario, la vida le está ganando al juego.
“Vengo a ser yo mismo” decían los concursantes en sus ventas, como si alguien – no ellos- pudiera emanciparse de su personalidad y de su historia durante cuatro meses. Pero ese parecía el discurso que había que repetir para ganarse el favor del público: ser auténtico, buen compañero, humilde en la vida y en la casa.
Y así fue hasta la aparición de Marianela Mirra, un personaje que en Gran Hermano I, II, y III hubiese sido “material descartable”, y que en la cuarta versión, aún habiendo traicionado a su protector – Diego Leonardi- con la famosa “nominación espontánea”, ganó con creces.
Desde ese entonces cambió el concepto y la mirada; se empezó a hablar de GH como un juego (de convivencia claro), pero juego al fin.
No obstante, cuando se lanzó la actual edición, las consignas, los speachs de los conductores, y toda la parafernalia armada en torno al ciclo, apuntaban a inculcar nuevamente la palabra “juego” entre los participantes y los espectadores.
Por eso mismo, cuando habían transcurrido algunos días de iniciada esta era, Cristian U. comenzó a sobresalir.
Se lo definió como un estratega, alguien que tenía bien claro que GH es un juego, y estaba dispuesto a llevar su plan hasta las últimas circunstancias, mientras sus “hermanitos” jugaban al viaje de egresados, lloraban y se hacían amigos.
Su forma gustó más que la del resto, y rápidamente comenzó a ser ponderada por el público y los analistas.
A su vez, por su fama de calculador, se descreyó tácitamente de sus “intentos de fuga”.
“Es parte de su juego”, decían algunos. “Una persona a la que le gusta tanto la plata no abandonaría jamás”, otros. Pero todos debieron comerse sus palabras porque finalmente “el jugador de esta edición, el ganador de GH2011” (tal cual lo definieron) abandonó la casa.
Mientras tanto afuera, Gisele hablaba de sentimientos y de involucrase afectivamente con el otro, ante la mirada de un resto que no dejaba de repetirle “es un juego”.
Y la gran sorpresa se la llevaron todos cuando el mismísimo jugador compulsivo, de nombre Cristian y de apellido Urrizaga, dijo “que le había ganado el corazón, que se le había hecho difícil la convivencia, y que le había dolido el alejamiento de varias personas”.
Ahora quiere volver, y la producción, que sigue apostando al juego, parece que hará todo lo posible para propiciar su retorno. Ahora bien, en caso de regresar, ¿podrá jugar, o volverá a vivir?
Desde afuera se ve un tablero, pero adentro habita una familia, disfuncional claro, pero familia al fin. Es que la vida es vida –aún cuando se televisa- , y el juego es juego.

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